Llegas a casa de noche, no ves a Renato en el jardín, pero
está oscuro, debe andar por algún rincón. A la mañana siguiente tampoco lo ves,
nadie ha visto nada, nadie sabe nada y piensas lo peor ¿se lo han comido?
Tranquilidad, aparecerá. Revisión a toda la casa, a los recovecos que se te
ocurren, a los que se les ocurren a la gente, siempre hay que tener en cuenta
las sugerencias. No aparece, pero, en algún
sitio tiene que estar.
Otro día más, ¿en casa del vecino puede estar? ¿y en la
del otro vecino? Ahí está… Pero es la
hora de la siesta, el vecino no se alegra de verte, y le parece muy mal que no
dijeses nada la última vez, claro,
es que
la otra vez que se escapo fue el primer sitios donde probaste suerte y
luego no volviste a decir nada.
Disculpas aceptadas y primer intento de coger
al conejo, mira, si sabe hacer madrigueras aunque de lo que no debe saber mucho
es de orogénesis del terreno. Vaya, no ha querido salir, pues pensamos que
contigo si saldría. Otro día, otro intento, menos invasivo, con manzana y
evitando asustarte. Y a casa otra vez, pero olvídate de la vida en el exterior,
ahora en casa conmigo hasta que sepa con toda seguridad que no te irás y me darás
estos sustos.
Y entonces, qué pasa que este es el único conejo mascota con mal comportamiento, al único que le da por emigrar, explorar, conocer nuevos mundos, con los consiguientes problemas y quebraderos de cabeza que me da. ¿De verdad?